Violencia epistémica de género
(cuando el género es algo más que palabras)
Benjamín Martínez
A mis
abuelas, mi madre, mi hermana, mis maestras, mis amigas, y mi compañera de
quienes he aprendido a reconocerlas en su diversidad.
En la
actualidad, a pesar del gran esfuerzo que se ha venido realizando tanto en la
academia, como fuera de ella, hablar de las mujeres y de sus derechos no suele
estar libre de chistes y de cargas sexualizadas de su cuerpo, al punto que su
género, paradógicamente queda invisibilizado, en tanto construcción para sí
mismas. En términos de Butler:
“(…) la diferencia sexual nunca
es sencillamente una función de diferencias materiales que no estén de algún
modo marcadas y formadas por las prácticas discursivas. Además, afirmar que las
diferencias sexuales son indisociables de las demarcaciones discursivas no es
lo mismo que decir que el discurso causa la diferencia sexual. La categoría de
"sexo" es, desde el comienzo, normativa; (…) el "sexo" no
sólo funciona como norma, sino que además es parte de una práctica reguladora
que produce los cuerpos que gobierna, es decir, cuya fuerza reguladora se
manifiesta como una especie de poder productivo, el poder de producir
-demarcar, circunscribir, diferenciar- los cuerpos que controla. De modo tal
que el "sexo" es un ideal regulatorio cuya materialización se impone
y se logra (o no) mediante ciertas prácticas sumamente reguladas. En otras
palabras, el "sexo" es una construcción ideal que se materializa
obligatoriamente a través del tiempo. No es una realidad simple o una condición
estática de un cuerpo, sino un proceso mediante el cual las normas reguladoras
materializan el "sexo" y logran tal materialización en virtud de la
reiteración forzada de esas normas. Que esta reiteración sea necesaria es una
señal de que la materialización nunca es completa, de que los cuerpos nunca
acatan enteramente las normas mediante las cuales se impone su materialización.
En realidad, son las
inestabilidades, las posibilidades de rematerialización abiertas por este
proceso las que marcan un espacio en el cual la fuerza de la ley reguladora
puede volverse contra sí misma y producir rearticulaciones que pongan en tela
de juicio la fuerza hegemónica de esas mismas leyes reguladoras.”
El
“género” como categoría y estrategia política, y por lo tanto epistémica, no parece
ser aún algo cotidiano como proceso de respeto diferencial hacia la mujer), al
menos en la mayoría de los ciudadanos. La producción de conocimiento, no se
desmarca aún y sobre todo en la academia, de la reafirmación del patriarcalismo
(como forma social en que se legitima el hombre y sus respectivas prácticas
discursivas y sociales por encima de la mujer) que se evidencia en los centros
de enseñanza formales (escuela, liceos y universidades), e informales (el
ámbito de las relaciones familiares en el hogar y las relaciones de pareja, por
citar dos ejemplos).
Lo que
aquí pretendemos es una reflexión que precise las relaciones existentes entre
la producción de conocimiento y la invisibilización que aún existe de la mujer
en tal producción, lo que se ha venido denominando: violencia epistémica de
género y que definiré más adelante, y que insiste en reconocer de entrada que “La univocidad
del sexo, la coherencia interna del género y el marco binario para sexo y
género son ficciones reguladoras que refuerzan y naturalizan los regímenes de
poder convergentes de la opresión masculina y heterosexista.”
De tal
manera que, en principio, debo reconocer que mi propia escritura en tanto
hombre, de por sí representa un atrevimiento en el sentido de que el no ser
mujer, y hablar sobre las mujeres, pudiera generar algún tipo de violencia en
las feministas más radicales, ante ellas me disculpo. Sin embargo, creo en la
convicción de que el acercamiento que propongo colabora a la comprensión de que
si bien la dualidad masculino/femenino es algo que de hecho existe socialmente,
una de las formas idóneas de comulgar desde la diferencia es pensar en el lugar
de la mujer junto al hombre, en un plano de igualdad de condiciones. Lo cual
implica tener conciencia de una hondura ética indispensable que “(…)
nos exige arriesgarnos precisamente en
los momentos de desconocimiento, cuando lo que nos forma diverge de lo que está
frente a nosotros, cuando nuestra disposición a deshacernos en relación con
otros constituye la oportunidad de llegar a ser humanos.”
Reflexionar
sobre la violencia epistémica de género, representa para mí, una praxis
indispensable a favor del desmontaje ideológico de, por un lado, la
jerarquización de los saberes hegemónicos, y por otro, el reconocimiento
intercultural de las mujeres como pilares fundamentales no sólo de la Ciencia,
sino de la sociedad en general, esto último más allá de la retórica sexista de
que la mujer (en la familia y sólo desde allí), es “el sostén del hogar”.
Pensar/sentir desde el género: La episteme
femenina no es cualquier episteme.
Planteamos
que la producción del conocimiento muchas veces (sino siempre), en nuestra
sociedad occidental (“moderna”) es en esencia patriarcal, más precisamente:
vertical, fálica, puesto que bebe aún de la herencia griega desde donde hemos
asimilado, incluso, la simbología Venus (diosa madre de Cupido, dios del amor):
Mujer, Marte (dios de la guerra): Hombre, de donde ha surgido ese popular
dicho, convertido en libro de supuesta autoayuda “Los hombres son de Marte, las
mujeres son de Venus”. Donde aún ni siquiera el Estado ni las universidades
venezolanas, a pesar de algunos esfuerzos, no le ha abierto la puertas al saber
indígena, que revela formas particulares de ser/pensar a la mujer de una forma
diferente a la griega, que lamentablemente ha sido ideologizada de manera
negativa (ej. salvaje, inferior) en función de la reproducción de concepciones
machistas en detrimento incluso, de las concepciones de la naturaleza, y por lo
tanto, de la sociedad. Así, a pesar de la posición que tienen las universidades
en la producción del sentido común a través del cual vehiculizamos nuestra
experiencia, nos hemos olvidado del conocimiento que producen las mujeres como
formas prístinas para la comprensión no sólo de ellas, sino de las formas en
que elaboramos la otredad, sin la cual la episteme, en sí misma, sería
inexistente. Así, en palabras de Mies y Shiva:
“La
diversidad está, en muchos aspectos, en la base de la política de las mujeres y
de la política ecológica. La política de género es en gran parte una política de la diferencia. La ecopolítica
se basa asimismo en la variedad y las diferencias de la naturaleza, en
contraposición a la uniformidad y homogeneidad de las mercancías y procesos
industriales.”
“La
diversidad es el principio que da forma al trabajo y a los conocimientos de las
mujeres. Por esto el cálculo patriarcal no las toma en consideración. Sin
embargo, a la vez también es la matriz a partir de la cual es posible realizar
un cálculo alternativo de la productividad y de las habilidades específicas,
que respete la diversidad en lugar de destruirla”
La
universidad se erige en la segmentación del saber, y en una jerarquía que
distingue la comunicación entre los “sabios” y los que tratan, quizás, de
serlo. Pero con esto no queremos sostener que existan mujeres que no generen un
conocimiento no jerárquico, sino que, de considerarse la diferencialidad que
supone su reconocimiento estaríamos hablando sin duda de otras lógicas de
producción del sentir/hacer. La producción del conocimiento, en sí misma, sin
duda, es violenta, pues se erige siempre en menor o mayor medida como una reflexión
ante “lo real” aunque esto sea alcanzable desde las propias limitaciones que
provee la inter subjetividad que incluso, da soporte a lo que conocemos como
cultura, concepción necesaria para reconocer el estilo particular en que
producimos nuestras valoraciones sobre la otredad, elemento fundamental en la
configuración del ethos (estilo característico de producción simbólico/material
de una comunidad, una sociedad, un pueblo y hasta una nación).
Pensar
la producción de conocimiento desde el género supone, en principio, tener
presente que es precisamente reconociendo los lugares de enunciación de “lo
real” donde podemos advertir cómo se
genera un conocimiento que borra, no sólo al sujeto diferenciado sino incluso,
las posibilidades del diálogo intra e inter cultural. La episteme femenina, no
es pues, cualquier forma de producción de conocimiento, sino que representa una
estrategia (sino la más) idónea para reconocer la configuración identitaria,
desde donde se produce toda existencia social; en tanto que el género es la
huella, la marca, que inaugura los “lugares” de enunciación tanto del hombre
como de la mujer y en consecuencia, como debe conducirse la praxis, en tanto
reflexión sobre las prácticas sociales que permiten la instauración de la socialidad.
En tanto que nombramos/describimos nuestra existencia con palabras que, a decir
de Austin, nos permiten “crear las cosas”, la realidad existe para nosotros
desde el mismo momento en que nos permitimos simbolizarla, y consecuentemente,
pensarla desde la reflexión.
Sobre
cómo pensemos (y se piense) la mujer como productora del sentido de sus
reflexiones y de su praxis, dependerá del lugar que le otorguemos, finalmente,
a lo que produce, lo cual condiciona nuestra existencia como seres dicotómicos
hombre-mujer o seres dialógicos hombre/mujer. Esto es, que reconozcamos en la
diversidad de género una valiosa oportunidad para darle sentido a la existencia
plural o bien, que sigamos pensando en términos de un machismo falocéntrico
capitalista etnogenocida que, como ya estamos viendo en el tiempo histórico que
vivimos, está exterminando a toda la humanidad.
Sobre la definición: “Violencia epistémica”
y su expresión como “Violencia epistémica de género”
La
primera vez que compartí mis reflexiones sobre violencia epistémica, hace ya
unos cuantos meses,
lo hice considerando las formas en que la producción de conocimiento
“académico”, más precisamente “universitario”, reproduce una colonialidad del
saber que aún bebiendo de procesos culturales concretos, esto es, del
conocimiento que generan los hombres y mujeres en sus respectivas praxis
cotidianas, los enajena en función de la reproducción mercantil. Algo similar
se da, por ejemplo, en las bioprospecciones realizadas en no pocos pueblos
indígenas por compañías farmacéuticas trasnacionales en busca de formas
particulares de uso de plantas medicinales que patentan, para luego ser
comercializadas en el mercado global a altos costos, incluso para los propios
pueblos indígenas. Aquí el abaratamiento de los costos de investigación, es una
forma colonial de “producción de conocimiento”, violentando de la manera más cínica
el derecho a la salud. La episteme no es producida aquí en los “laboratorios”,
sino que ha sido expropiada de la praxis ancestral de donde ha surgido. Es
pues, violencia, entendida ésta como una estrategia de instauración del poder,
en algunos casos, legitimada como invisibilización de las diferencias (donde se
impide el reconocimiento de la diversidad como una forma de control) en función
del establecimiento de un “orden” social (entre comillas, porque el hecho de invisibilizar
algo que existe, implica una tensión que evidencia sus posibilidades de ruptura,
esto es, que finalmente “salga a la luz pública”). Así, a estas trasnacionales
farmacéuticas no les interesa reconocer que los pueblos indígenas producen un
conocimiento inherente a su patrimonio cultural (y por lo tanto como un acervo
histórico ancestral), sino como productos comercializables.
Ahora
bien, cuando tratamos el caso de la violencia epistémica aplicada el género,
pienso que debemos tener presente algunas premisas que propuse hace poco más de
un año, para la comprensión de la manifestación de la violencia,
que considero siguen estando muy vigentes:
1.
No puede explicarse una conducta determinada si no se presta
atención al marco cosmovisional e histórico en que éste se ha venido
instaurando, inoculando dirían los más radicales.
2.
Todo proceso social implica determinadas formas de poder, y por
lo tanto, formas específicas de vivir la cotidianidad.
3.
En la cotidianidad, la violencia es la evidencia, el “síntoma”,
de formas específicas de poder.
Así, curiosamente,
los estudios que abordan la “polarización política”, al menos, los que hemos
revisado en Venezuela, ni lo hacen desde una perspectiva de género, ni mucho
menos abordan el tema como una forma de violencia epistémica de género.
Debemos recordad que toda sociedad expresa la política (realizada desde la
praxis de hombres y mujeres concretos) de diversas maneras, esto es lo que
permite realizar la sociedad. La política es la que realiza la sociedad, y la
academia revela sus propias maneras de producirla. Producir conocimiento es, en
esencia, producir y reproducir una forma determinada de poder, esto es, de
hacer política.
Si no
consideramos que la cotidianidad se establece precisamente desde las formas en
que nos relacionamos, entre sí, y sobre todo, entre hombres y mujeres, y que
esto implica la forma de establecer el poder entre ambos, no podemos
comprender, por ejemplo, el papel que juega la producción de conocimiento en la
instauración societal de los seres humanos.
Ahora
bien, tal instauración es patriarcal, o no lo es, lo cual no quiere decir que
sea matriarcal, se trata de reconocer el papel que tanto los hombres como las
mujeres representan en la producción de conocimiento, con igualdad de
condiciones, oportunidades, y sobre todo, aceptando que es precisamente las
diferencias cosmovisionales desde una perspectiva dialógica la que puede
favorecer una praxis genuina para el establecimiento de una sociedad realmente
plural.
Observemos
algunas ideas claves:
“La
violencia epistémica de género se produce desde un dispositivo cuya lógica
determina la alteración, la negación, y en casos extremos, la extinción de los
significados de la vida simbólica de un grupo social. Por ejemplo la
prohibición de una lengua materna en una nación ocupada, constituye una de las
formas extremas de la violencia epistémica.
En su dimensión de género, tal violencia se relaciona con la enmienda, con la
revisión y el borrón o la suplantación de los sistemas de simbolización,
representación y subjetivación que las mujeres tienen de sí mismas, por ejemplo
sus formas de registro y memoria de la experiencia.”
Así, en
el caso que nos atañe, la producción epistémica desde el género, implica
reconocer, por un lado, la producción simbólica de una cultura que reconozca el
lugar de enunciación de la mujer, sobre todo en las ciencias sociales, y por
otro, las repercusiones simbólico-materiales de lo que produce en tanto interpretación/comprensión de “lo real”. Por eso, deberíamos
preguntarnos, en lo concerniente a su praxis académica universitaria:
1)
¿Cuál
es lugar que ocupan en tanto productoras de conocimiento en las universidades (por
ejemplo, cátedras que dictan, jefaturas departamentales, direcciones, y
similares, como también cómo son vistas/tratadas por otras mujeres y hombres)?
2)
¿Cómo
se acercan las mujeres a un tema de investigación dado?: 2.1. ¿Cómo
lo problematizan?, 2.2 ¿Cómo evidencian una metodología y una episteme que
oriente el sendero interpretativo de dicho problema?, 2.3 ¿Cómo son
reproducidos (bajo qué estrategias narrativas, en qué formato y medios, y ante
qué audiencias) y recepcionados esos conocimientos por otras mujeres y por los
hombres que conforman la comunidad universitaria y más allá de ésta?.
3)
¿Qué
líneas de investigación son formuladas normalmente por las mujeres
universitarias y por qué…?
Pero no
podemos dejar de lado, el ámbito de la producción de los saberes desde lo
cotidiano donde existe una realidad que debe ser indispensablemente considerada
a la hora de reconocernos como productores de una episteme que excluye a las
mujeres, esto es, como productores conscientes e inconscientes de violencia
epistémica de género. Así, nos preguntamos también por los otros espacios donde
las mujeres producen conocimiento:
1)
¿Cómo han sido asignados y por qué motivos la distribución de
las “tareas doméstica” en el hogar? ¿Por qué la mujer es “la que debe” cuidar a
los hijos, alimentarlos, administrar los recursos del hogar, ir al mercado,
velar cuando un hijo se enferma y en consecuencia, ir al hospital, por citar un
ejemplo? Es obvio que todas estas prácticas generan una producción de
conocimiento que, aun cuando se genere en el “día a día”, también ha sido transmitido,
a pesar de las transformaciones históricas, de abuela a madre y de madre a
hija. Pero tal conocimiento muchas veces
no trasciende el plano “doméstico”, son en definitiva, “cosas de mujeres” e
incluso, no pocas féminas, están interesadas en compartir sus saberes y
experiencias con los hombres.
2)
¿Por qué no se ha reconocido aún que el conocimiento que
producen las mujeres en el ámbito de su praxis cotidiana (de cualquier cultura)
es tan válido como el conocimiento que producen los hombres?
Sin duda,
la sexualización de los cuerpos (en tanto que se es hombre o mujer porque se
tiene un sexo que así lo indica) no puede seguir estableciendo la “distribución
social del trabajo”, convertida en “distribución sexual del trabajo”
(adscripción de determinadas tareas a la mujer y al hombre por el sólo hecho de
tener un sexo determinado), -mucho menos cuando la mano de obra femenina y la
profesionalización de la mujer han ido en aumento en las últimas décadas-,
porque es precisamente tal circunstancia una de las expresiones de la violencia
epistémica de género al no considerar a las mujeres como capaces de producir un
conocimiento a la altura del hombre. Precisamente porque la episteme es
revestida de masculinidad para operar simbólicamente en la estructura psíquica
(y por lo tanto realizarse de esa manera en la cotidianidad) incluso, de las
propias mujeres, quienes lamentablemente no pocas veces le siguen el juego a la
“dominación masculina” a decir de Bourdieu, al realizarse dentro de
instituciones (laborales, religiosas, académicas) que impide que la mujer se
diferencie plenamente del hombre más allá de su sexo, esto es, desde el género
como construcción social y elaboración epistémica.
Visto
lo anterior, podemos formular una definición preliminar de violencia epistémica
de género que nos permita no sólo estar alertas en nuestra praxis en función de
contrarrestar la invisibilización de la mujer como productora de episteme, sino
de contribuir a ir más allá de colocarle una letra a los adjetivos, verbos y demás
palabras que las describen a ellas y a los procesos que protagonizan (tan
biológicos como culturales).
Así, la
violencia epistémica de género se entiende como: las diversas formas de poder en que se expresa la “intelectualidad” en
detrimento del conocimiento que generan las mujeres en función de la
comprensión / transformación de la
cotidianidad en que viven. Lo cual se soporta en estrategias discursivas
que, aunadas a prácticas sociales concretas, intenta deslegitimar el papel de
la mujer como productora de episteme en función de la transformación social,
siendo su fin último, el tacharla como protagonista de la historia, esto es,
como ser humana. Esperando que estas
palabras sirvan para la construcción de una sociedad donde la mujer deje de ser
objeto de violencia, deje de ser mujer-de-alguien, y sea plenamente,
mujer-para-sí, considero pues, indispensable que se sigan abriendo espacios
como éste para seguir avanzando en función de una producción epistémica
realmente plural, donde pueda
converger una episteme ginecocéntrica (desde y hacia las
mujeres) con la episteme androcéntrica tradicional (desde y hacia los hombres),
pero en todo caso, se trataría de una nueva episteme que de cuenta de la
diversidad desde las transformaciones históricas que actualmente protagonizamos
tanto hombres y, sobre todo, mujeres.
¡Muchas gracias!
Caracas,
7 de Febrero de 2012.
Judith Butler: Cuerpos que
importan. (sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”). Buenos
Aires, Argentina. Paidós. Género y cultura. Directoras de colección: Ana Amado
y Nora Domínguez. 2002. (original en inglés, 1993). Traducción: Alcira Bixio.
Pp. 17, 18.
Judith Butler: El género en disputa
(el feminismo y la subversión de la identidad). Barcelona, España. Paidós
Studio Nro. 168. Traducción: María Antonieta Muñoz. 2007. (original en inglés,
1999). Pp. 99.
Judith Butler: Dar cuenta de sí
mismo (Violencia ética y responsabilidad). Buenos Aires, Argentina.
Amorrortu editores. Colección Mutaciones. 2009 (original en inglés, 2005).
Traducción: Horacio Pons. Pp. 183.
María Mies y Vandana Shiva: La
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España. Icaria, Antrazyt Mujeres, voces y propuestas. Nro. 128. 1998.
Traducción: Mireia Bofill y Daniel Aguilar. Pp.14
Benjamín Martínez: Violencia y Política: Una aproximación
transdisciplinaria.
Ponencia presentada en las VI Jornadas de Psicología Judicial.
Universidad Central de Venezuela, Auditorio de la Facultad de Humanidades y
Educación, Jueves, 20 de octubre de 2011. Mimeo.
Benjamín Eduardo Martínez Hernández: Psicología y violencia: Una aproximación
desde la cotidianidad estudiantil universitaria. Trabajo final de la asignatura electiva: Psicología
social de la liberación ¿Cuál liberación? Escuela de Psicología,
Universidad Central de Venezuela. Junio, 2010. Mimeo.
Miguel Martínez Miguélez: Episteme feminista y postmodernidad.
Santiago de Chile, Universidad de Chile. Cinta de Moebio. Marzo, Nro.
016. 2003.