atardecer en el Waraira Repano

atardecer en el Waraira Repano
atardecer en el Waraira Repano, Julio 2010

domingo, 26 de agosto de 2012

Hermenéutica y democracia


La potencialidad hermenéutica de la cultura venezolana en tiempos de la democracia participativa y protagónica:  Hacia una praxis intercultural[1]
Benjamín Eduardo Martínez Hernández[2]

Agradezco enormemente la presencia de todos y todas el día de hoy. Reconozco que a veces no es nada fácil hacer tiempo en medio de nuestras múltiples ocupaciones, pero al menos estamos casi todos presentes, faltando sólo un compañero que me ha llamado personalmente para disculparse por su ausencia. Sean pues, bienvenidos y bienvenidas.
Esta es una reflexión inspirada principalmente en los últimos avances de lo que bien pudiera ser una línea de reflexión permanente del ETEPE, en vísperas de su Sexto Aniversario (2006 – 2012), que esperamos realizar pronto en el Waraira Repano. Hace un poco menos de dos años, en los espacios de la Escuela de Sociología de la UCV, mostraba un acercamiento al valor de la religiosidad como acto creativo, y en tanto es así, hermenéutico[3], con eso ampliaba el horizonte de mi perspectiva, la cual ha deseado ser tan ecuménica como crítica desde este mismo espacio de debate. Tal ecumenismo lo ilustré posteriormente para indagar la complejidad del “problema de la violencia”, invitado por la Sociedad Venezolana de Psicología Judicial[4], bajo el mismo horizonte epistémico que ve en la hermenéutica un espacio dialéctico, y más que eso, una estrategia ineludible. Ese mismo año, en el marco de un acontecimiento de gran magnitud para todos los etepianos, como lo fue el  Seminario: De la Complejidad a la Praxis: Pensamiento crítico y desarrollo personal, mostraba cómo dicho horizonte nos permite alcanzar, incluso, una mirada del despertar humano como crítica a la noción del desarrollo[5]. Incluso a nivel metodológico, la hermenéutica devela una trascendencia ontológica indispensable para la constitución del nosotros etnográfico y así fue como lo evidencié en noviembre del año pasado a mis estudiantes de Antropología Social de la UCV[6]. Y,  más recientemente, como parte de mis estudios de psicología, realicé dos ejercicios que me parecieron más que oportunos, indispensables para afinar el procedimiento hermenéutico desde una episteme siempre plural, tal y como lo he venido sosteniendo desde el año 2005[7]. Es ésta pues, una séptima exploración, consciente de las limitaciones temporales para la presente disertación, pero confiados en la importancia que adquiere la temática para fortalecer la experiencia de investigación en el ETEPE, e incluso, para otros espacios.
Ahora bien, ¿Qué es, en definitiva, la hermenéutica?
Parto, para esto, tanto de su raíz etimológica como de una validez epistémica. La palabra viene de Hermes, “el mensajero de los dioses”, el que llevaba “la luz” al hombre (griego), es una explicación ciertamente mitológica que no escapa a esa raíz de la importancia del mito, tal y como los mismos griegos como Aristóteles evidenciaron su valor para interpretar y es que la realidad no escapa a su metaforización: no hay lenguaje sin producción simbólica, y por ende, a su constitución ideológica, y por lo tanto, la verdad se esgrime como un consenso, a pesar del positivismo reduccionista. De esta manera, la hermenéutica es más que un recurso metodológico, una estrategia cultural para poder conducirnos en sociedad, al menos, así podemos esbozarla para los fines de esta exposición.
Es en la cultura donde radica, por ende, la potencialidad de la hermenéutica, pues sin reivindicar el simbolismo que ella contiene, la propia historia sería inasible. Todo acontecimiento posee su potencialidad interpretativa. La hermenéutica fue puesta en funcionamiento por la teología para “develar” la “veracidad”, en tanto autenticidad de las sagradas escrituras, pero, ¿hasta qué punto no se trataba más bien de la búsqueda de un consenso sobre tales o tales testimonios allí plasmados? La historia narrada por sus protagonistas, revela pues, un primer intento interpretativo, de la misma manera en que en una etno-grafía, se revela la escritura de quien “estuvo ahí”. No hay pues, historia ni etnografía sin hermenéutica, todo el pensamiento es un acto hermenéutico, pensamos desde la interpretación de lo que nos acontece.
La democracia participativa y protagónica es necesariamente, evidencia de la historia, de Nuestra historia, pues se trata de una estrategia única, desde Venezuela, a la cual hemos podido llegar, precisamente sobre la fundamentación de una conciencia sobre el pasado, más allá de las retóricas que ven en el esfuerzo gubernamental un esfuerzo por controlar el poder, lo cual, por cierto, no es ajeno a ningún gobierno, lo interesante es que el pasado re-narrado, en esa visión sin duda, crítica, para deslegitimar a los gobiernos anteriores, (cuyas élites económicas, además, siguen imponiendo su lógica ideológica capitalista en mayor o menor medida, dependiendo del caso), se presenta como un esfuerzo hermenéutico, cuya potencialidad radica en que el ciudadano “de a pie”, pueda asirlo, procesarlo, aprehenderlo, en función de su propia hermenéutica, esto es, representándose como perteneciente de esta multiplicidad de imaginarios que convergen en múltiples configuraciones que hoy se denomina, al menos jurídicamente como “pluricultural y multiétnica”, y cuyo esfuerzo principal radica en concretarla como intercultural. El potencial hermenéutico de nuestra cultura venezolana radica pues, en realzarla y conducirla hacia una genuina praxis intercultural. Tal síntesis, necesariamente inacabada, se realiza en su historicidad como universos dialógicos posibles, como he argumentado en otros espacios[8], y en este momento sostengo que el potencial hermenéutico de nuestra cultura, para que sea valorado como tal,  y para que posibilite una praxis realmente contrahegemónica, esto es, propia, debe ser, necesariamente intercultural. Desde aquí apostamos por empezar este sendero nada fácil desde una dialógica genuina, desde donde deberían partir nuestras líneas de investigación, sólo así podremos avanzar realmente.

¡Muchas gracias!


[1] Resumen de la Conferencia dictada en la Segunda Reunión Mensual del Equipo de Trabajo Epistemología para la Emancipación. Ciudad Universitaria de Caracas. Caracas, Venezuela. Sábado 21 de Abril de 2012.
[2] Antropólogo, Coordinador Nacional del Equipo de Trabajo Epistemología para la Emancipación.
[3] La religiosidad como posibilidad hermenéutica: lecturas desde la antropología, la psicología social y la sociología.  Conferencia dictada en la Sala Simón Sáez Mérida. Ciclo de Conferencia de Teoría Social I y II. Escuela de Sociología. Universidad Central de Venezuela. 28 de Octubre de 2008. Caracas, Venezuela.
[4] La Cultura de la Violencia en Venezuela (2002 – 2009): Nuevas rutas para un ecumenismo realmente ético. Ponencia dictada en las V Jornadas de Psicología Jurídica, Centro de Estudios del Desarrollo / Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela. Caracas, 30 de Octubre de 2009.
[5] La Comprensión de la Realidad desde las Inteligencias: Un acercamiento a la Función Hermenéutica del Sentido Común. Tercera Conferencia del Seminario: De la Complejidad a la Praxis: Pensamiento crítico y desarrollo personal, organizado por el Equipo de Trabajo Epistemología para la Emancipación. Caracas, Venezuela, 14 de Noviembre de 2009; Análisis de los procesos de aprendizaje protagonizados en el Seminario: “De la complejidad a la praxis: pensamiento crítico y desarrollo personal” (Octubre 2009 – Febrero 2010). VIII Simposio Internacional sobre Educación y Cultura en Iberoamérica. Universidad de Ciencias Pedagógicas Juan Marinello, Matanzas, Cuba, del 16 al 20 de Marzo de 2010.
[6] La etnografía: Experiencia hermenéutica y dialógica. Conferencia dictada en la Escuela de Sociología, Sala Simón Sáez Mérida. Facultad de Ciencias Económicas y Sociales. Universidad Central de Venezuela. Equipo de Trabajo Epistemología para la Emancipación. Caracas, lunes, 7 de noviembre de 2011.
[7] En torno al concepto de epistemología plural (redefiniendo la función social de la ciencia desde la antropología). Ponencia presentada en el Simposio Nro 48. Epistemología Plural. I Congreso de la Asociación Latinoamericana de Antropología. Julio 11-15 de 2005. Rosario, Argentina. (Simposio Coordinado por quien suscribe junto al profesor Esteban Emilio Mosonyi).
[8] La interculturalidad: una responsabilidad ineludible (aportes desde la experiencia en comunidades kari'ña, pumé, chaima y taurepán). Conferencia dictada en la Sala Simón Sáez Mérida, Escuela de Sociología, Universidad Central de Venezuela. Jueves, 8 de Abril de 2010; Interculturalidad: Desafío del Estado Venezolano (a propósito del derecho consuetudinario en cuanto a educación y justicia). Conferencia dictada en la Escuela de Sociología, Universidad Central de Venezuela. Caracas, 28 de Octubre de 2010; Interculturalidad (experiencias dialógicas de una praxis posible). Conferencia dictada en la Escuela de Sociología, Sala Simón Sáez Mérida. Facultad de Ciencias Económicas y Sociales. Universidad Central de Venezuela. Caracas, jueves, 10 de noviembre de 2011.



Caminante...


Ojalá que llueva café...


Fusil...


Stand by me...


Imagine...


The Wall of Pink Floyd


Comandante Che Guevara...


Violencia epistémica de género...


Violencia epistémica de género
(cuando el género es algo más que palabras)[1]
Benjamín Martínez

A mis abuelas, mi madre, mi hermana, mis maestras, mis amigas, y mi compañera de quienes he aprendido a reconocerlas en  su diversidad.

En la actualidad, a pesar del gran esfuerzo que se ha venido realizando tanto en la academia, como fuera de ella, hablar de las mujeres y de sus derechos no suele estar libre de chistes y de cargas sexualizadas de su cuerpo, al punto que su género, paradógicamente queda invisibilizado, en tanto construcción para sí mismas. En términos de Butler:

“(…) la diferencia sexual nunca es sencillamente una función de diferencias materiales que no estén de algún modo marcadas y formadas por las prácticas discursivas. Además, afirmar que las diferencias sexuales son indisociables de las demarcaciones discursivas no es lo mismo que decir que el discurso causa la diferencia sexual. La categoría de "sexo" es, desde el comienzo, normativa; (…) el "sexo" no sólo funciona como norma, sino que además es parte de una práctica reguladora que produce los cuerpos que gobierna, es decir, cuya fuerza reguladora se manifiesta como una especie de poder productivo, el poder de producir -demarcar, circunscribir, diferenciar- los cuerpos que controla. De modo tal que el "sexo" es un ideal regulatorio cuya materialización se impone y se logra (o no) mediante ciertas prácticas sumamente reguladas. En otras palabras, el "sexo" es una construcción ideal que se materializa obligatoriamente a través del tiempo. No es una realidad simple o una condición estática de un cuerpo, sino un proceso mediante el cual las normas reguladoras materializan el "sexo" y logran tal materialización en virtud de la reiteración forzada de esas normas. Que esta reiteración sea necesaria es una señal de que la materialización nunca es completa, de que los cuerpos nunca acatan enteramente las normas mediante las cuales se impone su materialización.
En realidad, son las inestabilidades, las posibilidades de rematerialización abiertas por este proceso las que marcan un espacio en el cual la fuerza de la ley reguladora puede volverse contra sí misma y producir rearticulaciones que pongan en tela de juicio la fuerza hegemónica de esas mismas leyes reguladoras.” [2]

El “género” como categoría y estrategia política, y por lo tanto epistémica, no parece ser aún algo cotidiano como proceso de respeto diferencial hacia la mujer), al menos en la mayoría de los ciudadanos. La producción de conocimiento, no se desmarca aún y sobre todo en la academia, de la reafirmación del patriarcalismo (como forma social en que se legitima el hombre y sus respectivas prácticas discursivas y sociales por encima de la mujer) que se evidencia en los centros de enseñanza formales (escuela, liceos y universidades), e informales (el ámbito de las relaciones familiares en el hogar y las relaciones de pareja, por citar dos ejemplos).

Lo que aquí pretendemos es una reflexión que precise las relaciones existentes entre la producción de conocimiento y la invisibilización que aún existe de la mujer en tal producción, lo que se ha venido denominando: violencia epistémica de género y que definiré más adelante, y que insiste en reconocer de entrada que “La univocidad del sexo, la coherencia interna del género y el marco binario para sexo y género son ficciones reguladoras que refuerzan y naturalizan los regímenes de poder convergentes de la opresión masculina y heterosexista.”[3]

De tal manera que, en principio, debo reconocer que mi propia escritura en tanto hombre, de por sí representa un atrevimiento en el sentido de que el no ser mujer, y hablar sobre las mujeres, pudiera generar algún tipo de violencia en las feministas más radicales, ante ellas me disculpo. Sin embargo, creo en la convicción de que el acercamiento que propongo colabora a la comprensión de que si bien la dualidad masculino/femenino es algo que de hecho existe socialmente, una de las formas idóneas de comulgar desde la diferencia es pensar en el lugar de la mujer junto al hombre, en un plano de igualdad de condiciones. Lo cual implica tener conciencia de una hondura ética indispensable que  “(…) nos exige arriesgarnos precisamente en los momentos de desconocimiento, cuando lo que nos forma diverge de lo que está frente a nosotros, cuando nuestra disposición a deshacernos en relación con otros constituye la oportunidad de llegar a ser humanos.[4]

Reflexionar sobre la violencia epistémica de género, representa para mí, una praxis indispensable a favor del desmontaje ideológico de, por un lado, la jerarquización de los saberes hegemónicos, y por otro, el reconocimiento intercultural de las mujeres como pilares fundamentales no sólo de la Ciencia, sino de la sociedad en general, esto último más allá de la retórica sexista de que la mujer (en la familia y sólo desde allí), es “el sostén del hogar”.

Pensar/sentir desde el género: La episteme femenina no es cualquier episteme.

Planteamos que la producción del conocimiento muchas veces (sino siempre), en nuestra sociedad occidental (“moderna”) es en esencia patriarcal, más precisamente: vertical, fálica, puesto que bebe aún de la herencia griega desde donde hemos asimilado, incluso, la simbología Venus (diosa madre de Cupido, dios del amor): Mujer, Marte (dios de la guerra): Hombre, de donde ha surgido ese popular dicho, convertido en libro de supuesta autoayuda “Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus”. Donde aún ni siquiera el Estado ni las universidades venezolanas, a pesar de algunos esfuerzos, no le ha abierto la puertas al saber indígena, que revela formas particulares de ser/pensar a la mujer de una forma diferente a la griega, que lamentablemente ha sido ideologizada de manera negativa (ej. salvaje, inferior) en función de la reproducción de concepciones machistas en detrimento incluso, de las concepciones de la naturaleza, y por lo tanto, de la sociedad. Así, a pesar de la posición que tienen las universidades en la producción del sentido común a través del cual vehiculizamos nuestra experiencia, nos hemos olvidado del conocimiento que producen las mujeres como formas prístinas para la comprensión no sólo de ellas, sino de las formas en que elaboramos la otredad, sin la cual la episteme, en sí misma, sería inexistente. Así, en palabras de Mies y Shiva:
“La diversidad está, en muchos aspectos, en la base de la política de las mujeres y de la política ecológica. La política de género es en gran parte  una política de la diferencia. La ecopolítica se basa asimismo en la variedad y las diferencias de la naturaleza, en contraposición a la uniformidad y homogeneidad de las mercancías y procesos industriales.”[5]
“La diversidad es el principio que da forma al trabajo y a los conocimientos de las mujeres. Por esto el cálculo patriarcal no las toma en consideración. Sin embargo, a la vez también es la matriz a partir de la cual es posible realizar un cálculo alternativo de la productividad y de las habilidades específicas, que respete la diversidad en lugar de destruirla”[6]

La universidad se erige en la segmentación del saber, y en una jerarquía que distingue la comunicación entre los “sabios” y los que tratan, quizás, de serlo. Pero con esto no queremos sostener que existan mujeres que no generen un conocimiento no jerárquico, sino que, de considerarse la diferencialidad que supone su reconocimiento estaríamos hablando sin duda de otras lógicas de producción del sentir/hacer. La producción del conocimiento, en sí misma, sin duda, es violenta, pues se erige siempre en menor o mayor medida como una reflexión ante “lo real” aunque esto sea alcanzable desde las propias limitaciones que provee la inter subjetividad que incluso, da soporte a lo que conocemos como cultura, concepción necesaria para reconocer el estilo particular en que producimos nuestras valoraciones sobre la otredad, elemento fundamental en la configuración del ethos (estilo característico de producción simbólico/material de una comunidad, una sociedad, un pueblo y hasta una nación).
Pensar la producción de conocimiento desde el género supone, en principio, tener presente que es precisamente reconociendo los lugares de enunciación de “lo real”  donde podemos advertir cómo se genera un conocimiento que borra, no sólo al sujeto diferenciado sino incluso, las posibilidades del diálogo intra e inter cultural. La episteme femenina, no es pues, cualquier forma de producción de conocimiento, sino que representa una estrategia (sino la más) idónea para reconocer la configuración identitaria, desde donde se produce toda existencia social; en tanto que el género es la huella, la marca, que inaugura los “lugares” de enunciación tanto del hombre como de la mujer y en consecuencia, como debe conducirse la praxis, en tanto reflexión sobre las prácticas sociales que permiten la instauración de la socialidad. En tanto que nombramos/describimos nuestra existencia con palabras que, a decir de Austin, nos permiten “crear las cosas”, la realidad existe para nosotros desde el mismo momento en que nos permitimos simbolizarla, y consecuentemente, pensarla desde la reflexión.
Sobre cómo pensemos (y se piense) la mujer como productora del sentido de sus reflexiones y de su praxis, dependerá del lugar que le otorguemos, finalmente, a lo que produce, lo cual condiciona nuestra existencia como seres dicotómicos hombre-mujer o seres dialógicos hombre/mujer. Esto es, que reconozcamos en la diversidad de género una valiosa oportunidad para darle sentido a la existencia plural o bien, que sigamos pensando en términos de un machismo falocéntrico capitalista etnogenocida que, como ya estamos viendo en el tiempo histórico que vivimos, está exterminando a toda la humanidad.

Sobre la definición: “Violencia epistémica” y su expresión como “Violencia epistémica de género”

La primera vez que compartí mis reflexiones sobre violencia epistémica, hace ya unos cuantos meses[7], lo hice considerando las formas en que la producción de conocimiento “académico”, más precisamente “universitario”, reproduce una colonialidad del saber que aún bebiendo de procesos culturales concretos, esto es, del conocimiento que generan los hombres y mujeres en sus respectivas praxis cotidianas, los enajena en función de la reproducción mercantil. Algo similar se da, por ejemplo, en las bioprospecciones realizadas en no pocos pueblos indígenas por compañías farmacéuticas trasnacionales en busca de formas particulares de uso de plantas medicinales que patentan, para luego ser comercializadas en el mercado global a altos costos, incluso para los propios pueblos indígenas. Aquí el abaratamiento de los costos de investigación, es una forma colonial de “producción de conocimiento”, violentando de la manera más cínica el derecho a la salud. La episteme no es producida aquí en los “laboratorios”, sino que ha sido expropiada de la praxis ancestral de donde ha surgido. Es pues, violencia, entendida ésta como una estrategia de instauración del poder, en algunos casos, legitimada como invisibilización de las diferencias (donde se impide el reconocimiento de la diversidad como una forma de control) en función del establecimiento de un “orden” social (entre comillas, porque el hecho de invisibilizar algo que existe, implica una tensión que evidencia sus posibilidades de ruptura, esto es, que finalmente “salga a la luz pública”). Así, a estas trasnacionales farmacéuticas no les interesa reconocer que los pueblos indígenas producen un conocimiento inherente a su patrimonio cultural (y por lo tanto como un acervo histórico ancestral), sino como productos comercializables.

Ahora bien, cuando tratamos el caso de la violencia epistémica aplicada el género, pienso que debemos tener presente algunas premisas que propuse hace poco más de un año, para la comprensión de la manifestación de la violencia[8], que considero siguen estando muy vigentes:
1.    No puede explicarse una conducta determinada si no se presta atención al marco cosmovisional e histórico en que éste se ha venido instaurando, inoculando dirían los más radicales.

2.    Todo proceso social implica determinadas formas de poder, y por lo tanto, formas específicas de vivir la cotidianidad.

3.    En la cotidianidad, la violencia es la evidencia, el “síntoma”, de formas específicas de poder.

Así, curiosamente, los estudios que abordan la “polarización política”, al menos, los que hemos revisado en Venezuela, ni lo hacen desde una perspectiva de género, ni mucho menos abordan el tema como una forma de violencia epistémica de género[9]. Debemos recordad que toda sociedad expresa la política (realizada desde la praxis de hombres y mujeres concretos) de diversas maneras, esto es lo que permite realizar la sociedad. La política es la que realiza la sociedad, y la academia revela sus propias maneras de producirla. Producir conocimiento es, en esencia, producir y reproducir una forma determinada de poder, esto es, de hacer política.

Si no consideramos que la cotidianidad se establece precisamente desde las formas en que nos relacionamos, entre sí, y sobre todo, entre hombres y mujeres, y que esto implica la forma de establecer el poder entre ambos, no podemos comprender, por ejemplo, el papel que juega la producción de conocimiento en la instauración societal de los seres humanos.

Ahora bien, tal instauración es patriarcal, o no lo es, lo cual no quiere decir que sea matriarcal, se trata de reconocer el papel que tanto los hombres como las mujeres representan en la producción de conocimiento, con igualdad de condiciones, oportunidades, y sobre todo, aceptando que es precisamente las diferencias cosmovisionales desde una perspectiva dialógica la que puede favorecer una praxis genuina para el establecimiento de una sociedad realmente plural.

Observemos algunas ideas claves:

“La violencia epistémica de género se produce desde un dispositivo cuya lógica determina la alteración, la negación, y en casos extremos, la extinción de los significados de la vida simbólica de un grupo social. Por ejemplo la prohibición de una lengua materna en una nación ocupada, constituye una de las formas extremas de la violencia epistémica.

En su dimensión de género, tal violencia se relaciona con la enmienda, con la revisión y el borrón o la suplantación de los sistemas de simbolización, representación y subjetivación que las mujeres tienen de sí mismas, por ejemplo sus formas de registro y memoria de la experiencia.”[10]

Así, en el caso que nos atañe, la producción epistémica desde el género, implica reconocer, por un lado, la producción simbólica de una cultura que reconozca el lugar de enunciación de la mujer, sobre todo en las ciencias sociales, y por otro, las repercusiones simbólico-materiales de lo que produce en tanto interpretación/comprensión  de “lo real”. Por eso, deberíamos preguntarnos, en lo concerniente a su praxis académica universitaria:

1)    ¿Cuál es lugar que ocupan en tanto productoras de conocimiento en las universidades (por ejemplo, cátedras que dictan, jefaturas departamentales, direcciones, y similares, como también cómo son vistas/tratadas por otras mujeres y hombres)?
2)    ¿Cómo se acercan las mujeres a un tema de investigación dado?: 2.1. ¿Cómo lo problematizan?, 2.2 ¿Cómo evidencian una metodología y una episteme que oriente el sendero interpretativo de dicho problema?, 2.3 ¿Cómo son reproducidos (bajo qué estrategias narrativas, en qué formato y medios, y ante qué audiencias) y recepcionados esos conocimientos por otras mujeres y por los hombres que conforman la comunidad universitaria y más allá de ésta?.
3)    ¿Qué líneas de investigación son formuladas normalmente por las mujeres universitarias y por qué…?

Pero no podemos dejar de lado, el ámbito de la producción de los saberes desde lo cotidiano donde existe una realidad que debe ser indispensablemente considerada a la hora de reconocernos como productores de una episteme que excluye a las mujeres, esto es, como productores conscientes e inconscientes de violencia epistémica de género. Así, nos preguntamos también por los otros espacios donde las mujeres producen conocimiento:

1)    ¿Cómo han sido asignados y por qué motivos la distribución de las “tareas doméstica” en el hogar? ¿Por qué la mujer es “la que debe” cuidar a los hijos, alimentarlos, administrar los recursos del hogar, ir al mercado, velar cuando un hijo se enferma y en consecuencia, ir al hospital, por citar un ejemplo? Es obvio que todas estas prácticas generan una producción de conocimiento que, aun cuando se genere en el “día a día”, también ha sido transmitido, a pesar de las transformaciones históricas, de abuela a madre y de madre a hija.  Pero tal conocimiento muchas veces no trasciende el plano “doméstico”, son en definitiva, “cosas de mujeres” e incluso, no pocas féminas, están interesadas en compartir sus saberes y experiencias con los hombres.

2)    ¿Por qué no se ha reconocido aún que el conocimiento que producen las mujeres en el ámbito de su praxis cotidiana (de cualquier cultura) es tan válido como el conocimiento que producen los hombres?

Sin duda, la sexualización de los cuerpos (en tanto que se es hombre o mujer porque se tiene un sexo que así lo indica) no puede seguir estableciendo la “distribución social del trabajo”, convertida en “distribución sexual del trabajo” (adscripción de determinadas tareas a la mujer y al hombre por el sólo hecho de tener un sexo determinado), -mucho menos cuando la mano de obra femenina y la profesionalización de la mujer han ido en aumento en las últimas décadas-, porque es precisamente tal circunstancia una de las expresiones de la violencia epistémica de género al no considerar a las mujeres como capaces de producir un conocimiento a la altura del hombre. Precisamente porque la episteme es revestida de masculinidad para operar simbólicamente en la estructura psíquica (y por lo tanto realizarse de esa manera en la cotidianidad) incluso, de las propias mujeres, quienes lamentablemente no pocas veces le siguen el juego a la “dominación masculina” a decir de Bourdieu, al realizarse dentro de instituciones (laborales, religiosas, académicas) que impide que la mujer se diferencie plenamente del hombre más allá de su sexo, esto es, desde el género como construcción social y elaboración epistémica.

Visto lo anterior, podemos formular una definición preliminar de violencia epistémica de género que nos permita no sólo estar alertas en nuestra praxis en función de contrarrestar la invisibilización de la mujer como productora de episteme, sino de contribuir a ir más allá de colocarle una letra a los adjetivos, verbos y demás palabras que las describen a ellas y a los procesos que protagonizan (tan biológicos como culturales).

Así, la violencia epistémica de género se entiende como: las diversas formas de poder en que se expresa la “intelectualidad” en detrimento del conocimiento que generan las mujeres en función de la comprensión /  transformación de la cotidianidad en que viven. Lo cual se soporta en estrategias discursivas que, aunadas a prácticas sociales concretas, intenta deslegitimar el papel de la mujer como productora de episteme en función de la transformación social, siendo su fin último, el tacharla como protagonista de la historia, esto es, como ser humana. Esperando que estas palabras sirvan para la construcción de una sociedad donde la mujer deje de ser objeto de violencia, deje de ser mujer-de-alguien, y sea plenamente, mujer-para-sí, considero pues, indispensable que se sigan abriendo espacios como éste para seguir avanzando en función de una producción epistémica realmente plural, donde pueda converger una episteme ginecocéntrica[11] (desde y hacia las mujeres) con la episteme androcéntrica tradicional (desde y hacia los hombres), pero en todo caso, se trataría de una nueva episteme que de cuenta de la diversidad desde las transformaciones históricas que actualmente protagonizamos tanto hombres y, sobre todo, mujeres.


¡Muchas gracias!

Caracas, 7 de Febrero de 2012.


[1] Reflexiones surgidas en la asignatura Psicología Social Aplicada: Perspectiva de Género, a cargo de la profesora Luisana Gómez. Escuela de Psicología. Universidad Central de Venezuela. Febrero, 2012.
[2] Judith Butler: Cuerpos que importan. (sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”). Buenos Aires, Argentina. Paidós. Género y cultura. Directoras de colección: Ana Amado y Nora Domínguez. 2002. (original en inglés, 1993). Traducción: Alcira Bixio. Pp. 17, 18.
[3] Judith Butler: El género en disputa (el feminismo y la subversión de la identidad). Barcelona, España. Paidós Studio Nro. 168. Traducción: María Antonieta Muñoz. 2007. (original en inglés, 1999). Pp. 99.
[4] Judith Butler: Dar cuenta de sí mismo (Violencia ética y responsabilidad). Buenos Aires, Argentina. Amorrortu editores. Colección Mutaciones. 2009 (original en inglés, 2005). Traducción: Horacio Pons. Pp. 183.

[5] María Mies y Vandana Shiva: La praxis del ecofeminismo. (Biotecnología, consumo, reproducción). Barcelona, España. Icaria, Antrazyt Mujeres, voces y propuestas. Nro. 128. 1998. Traducción: Mireia Bofill y Daniel Aguilar. Pp.14
[6] Idem.
[7] Benjamín Martínez: Violencia y Política: Una aproximación transdisciplinaria. Ponencia presentada en las VI Jornadas de Psicología Judicial. Universidad Central de Venezuela, Auditorio de la Facultad de Humanidades y Educación, Jueves, 20 de octubre de 2011. Mimeo.

[8] Benjamín Eduardo Martínez Hernández: Psicología y violencia: Una aproximación desde la cotidianidad estudiantil universitaria. Trabajo final de la asignatura electiva: Psicología social de la liberación ¿Cuál liberación? Escuela de Psicología, Universidad Central de Venezuela. Junio, 2010. Mimeo.
[9] Revisar, por ejemplo: Mireya Lozada y Carlos Silva: La otra política: ¿asidero de la esperanza? En Ana L. Rangel, Ligia M. Sánchez, Mireya Lozada y Carlos Silva (Comp.): Contribuciones a la psicología en Venezuela. Tomo III. Fondo Editorial de la Facultad de Humanidades y Educación. Universidad Central de Venezuela. Caracas, Venezuela. 1999. Pp. 290 – 301; Mireya Lozada: El otro es el enemigo: Imaginarios sociales y polarización.  En Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, 2004. Vol. 10 Nro 2 (mayo-agosto), Pp. 195-209. P.197, 198; Mireya Lozada: “¿Nosotros o ellos? Representaciones sociales, polarización y espacio público en Venezuela”, Cuadernos del CENDES, Año 25. Nro. 69. Tercera Època. Septiembre-Diciembre 2008. Pp. 89 – 105. Mireya Lozada (Comp.): Polarización social y política en Venezuela y otros países. Experiencias y desafíos. Caracas, Venezuela. Fundación Centro Gumilla / Publicaciones Universidad Católica Andrés Bello. Temas de formación sociopolítica. Nro. 49. 2011.
[10] Miguel Gil: Las Ciencias Sociales: En Cuerpo de Mujer y con Voz de Hombre. Martes, 8 de Julio del 2008 Documento el línea: http://laventana.casa.cult.cu/modules.php?name=News&file=article&sid=4311 (Consultado el 31 de enero de 2012).
[11] Miguel Martínez Miguélez: Episteme feminista y postmodernidad. Santiago de Chile, Universidad de Chile. Cinta de Moebio. Marzo, Nro. 016. 2003.