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atardecer en el Waraira Repano, Julio 2010

viernes, 10 de agosto de 2012

Participación, episteme y poder popular...

Participación, episteme y poder popular: apuntes para una soberanía intercultural como garante de la democracia participativa

Benjamín Martínez
                                                                                             Miércoles, 12 de noviembre de 2008


La polisemia revelada en la cotidianidad política venezolana, más allá de reflejar intenciones de cambios profundos en nuestra manera de comprender –y construir- el desarrollo, pocas veces ha revestido un compromiso real de las colectividades que se afanan en legitimarla como expresión real de desplusvalización ideológica, como lo hemos venido trabajando (Martínez, 2006), al pensar que los procesos de revisión profunda de nuestro acervo cultural, en el sentido de Bonfil Batalla, emergen como plasmación de actos creativos, que revelan un ethos en permanente transformación, y por lo tanto, participativo, donde se pueda adquirir conciencia sobre las posibilidades de liberación tanto inter como intrasubjetivas, es decir, de lo que nos ata infra y superestructuralmente a un sistema dominante.
La Plusvalía como categoría de soporte tanto material como ideológico del sistema capitalista, tal y como la concibió Carlos Marx y más tarde interpretó desde Venezuela Ludovico Silva, la concebimos como expropiación, desde la enajenación misma de los sujetos en tanto intelectuales hasta de su propia producción, y del valor real que ésta posee para el devenir social de la humanidad en tanto plural. Desde esta perspectiva dualista donde lo material y lo inmaterial reflejan una tensión dialéctica que, al mismo tiempo que nos permite orientarnos en función del devenir de las desgracias que permuta históricamente la propia unidimensionalidad capitalista, indica la génesis de las posibles estrategias a seguir en tanto venezolanos, para consolidar un verdadero proyecto de nación desde la conciencia por desplusvalizarnos, es decir, retornar a nosotros mismos lo expropiado por otros, en función de nuestras propias utopías.
Hablar de proyecto de nación en la actualidad, significa reflexionar arduamente por un proyecto de sociedad, inscrito en una manera particular de concebir la distribución del poder, que permita el funcionamiento del sistema, de arriba hacia abajo y viceversa. Estamos alienados no por ser una nación “nueva”, en términos de Darcy Ribeiro (2002), sino por ser, precisamente, una nación que aún soporta la acción dominadora, no tanto de una u otras naciones, sino de grandes mercaderes de saberes, de tecnología, en fin, de principios sobre la competencia, donde el sujeto se ha vuelto una cosa más, recordando a Luckács y a Fromm.
El “capital humano” desdibuja al hombre, a la mujer, y sus reales potencialidades emancipadoras. Lo diverso, sólo tiene lugar en función de su precio, y las ideas atornillan la condenación laboral del hombre-máquina. La apropiación de la naturaleza cercena al hombre en tanto sujeto posible y termina desgastando su propia existencia. De esto se deriva la urgente necesidad de acercarnos a una racionalidad más bien ecológica que etnogenocida,
“que incorpore los valores, normas y principios del ambientalismo como fuerzas materiales y sociales, para un desarrollo alternativo de las fuerzas productivas y para su control democrático mediante los principios de gestión participativa” (Leff, 2003: 292)
Ante esta realidad, nos preguntamos ¿Cómo mirar con otros ojos -los nuestros- nuestro pasado, nuestro presente y nuestro devenir? ¿Cómo crear con otras manos –las nuestras- el presente, y el futuro –nuestro futuro-? Desde allí partimos en aras de profundizar el significado que tiene el considerar el poder popular para la soberanía epistémica e intercultural de nuestra nación, puesto que sin una producción de conocimiento plural no puede darse la verdadera democracia participativa, lo cual en parte, debe ser la garantía de la existencia intercultural en tanto posibilidad de permanencia como sociedad, y mucho más allá, de nuestra existencia planetaria. Para lo cual examinamos la siguiente noción de Democracia:
“es en primer lugar el régimen político que permite a los actores sociales formarse y obrar libremente. Los principios constitutivos de la democracia son los que rigen la existencia de los actores sociales mismos. Sólo hay actores sociales si se combinan la conciencia interiorizada de derechos personales y colectivos, el reconocimiento de la pluralidad de los intereses y las ideas, especialmente de los conflictos entre dominadores y dominados y, finalmente la responsabilidad de cada uno respecto de orientaciones culturales comunes. Esto se traduce, en el orden de las instituciones públicas en tres principios: el reconocimiento de los derechos fundamentales, que el poder debe respetar, la representatividad social de los dirigentes y de su política y, por último, la conciencia de la ciudadanía, de pertenecer a una colectividad fundada en el derecho” (Touraine, 2000: 321)
Reconociendo la democracia como una forma de gobierno, que aún no ha dejado de ser por excelencia –al menos teórica- la que más soporta el derecho al reconocimiento de la otredad y por lo tanto, de la posibilidad cultural de ser quien se desea ser. Es decir, posibilitar el ethos de los pueblos que bajo su ceno arropa dicha forma de gobierno; entendiendo que la pluralidad se establece en términos de cosmovisiones múltiples, de entendernos en la diversidad, pero al mismo tiempo, en el caso de los estados nacionales, regirnos por normas específicas que posibiliten la convivencia entre un nosotros, legitimado tanto en el derecho consuetudinario, como en el derecho positivo. Dada la advertencia que realiza Touraine, no hemos podido ver en el planeta un régimen plenamente democrático, especialmente en términos de corresponsabilidad y mucho más en las sociedades dependientes, aquellas que aún no gozan de una plena soberanía, puesto que, como hemos dicho, para ser realmente democráticos, se necesita garantizar las mínimas condiciones de soberanía.
Advirtiendo que de ninguna manera sostenemos la apreciación funcionalista de “actores”, en tanto que representan un rol en un escenario que muchas veces no ha sido creado particularmente por ellos, lo que los distancia de verse así mismos como sujetos creativos, preferimos hablar más bien de sujetos y de sujetos críticos, intelectuales, en el sentido de Gramsci (2004) y Lévi-Strauss (2003), como personas en constante posibilidad de recrear su visión de mundo, y en consecuencia, de transformarlo, (aunque para esto último no siempre se tengan las condiciones ideales para hacerlo debido, en la mayoría de los casos, a la propia condición alienadora del sistema colonial al cual se ven enfrentados). De esta condición creativa, emancipadora, ante la situación dominante y como una estrategia de desplusvalización intelectual y material, la democracia participativa, la entendemos como
“Una nueva dinámica, protagonizada por comunidades y grupos sociales subalternos en lucha contra la exclusión social y la trivialización de la ciudadanía, movilizados por la aspiración de contratos sociales más inclusivos y de democracia de más alta intensidad.” (Santos, 2005:28)
La participación refleja así, no sólo un énfasis en la democracia como forma de convivencia intercultural, sino también la vinculación de racionalidades que posibilitan, en tanto praxis, las gobernabilidades locales, traslocales, regionales, nacionales y trasnacionales que permitan concretar la utopía de lo diverso ante la globalización, traducida como gobierno del capital. Ante este fenómeno que se remonta a la conquista y colonización de América, hemos venido trabajando siguiendo a Segato (2002), Beck (2002) y Thompson (1999), la noción de glocalización, concebida como posibilidad de concretar múltiples dinámicas de reivindicar lo pluriétnico, el sentido y el derecho a la diferencia, en tanto expresión de un verdadero proyecto humano de sociedad, destrabando permanentemente los complejos nudos que tejen los promotores de la globalización sujeto céntrica, en función del etnogenocidio de las poblaciones humanas a lo largo y ancho del planeta.
La participación, más allá de un develamiento empírico de las tensiones societales, debe traducirse como posibilidad de la concreción social de la crítica, en tanto que ella misma refleja una necesidad de democracia, donde cada sujeto asume un compromiso real por descolonizarse del sí mismo creado por el mercado en la sociedad capitalista.
Se trata de mirarnos con nuestros propios ojos, como lo ha estado haciendo Vandana Shiva para el caso de la India, como lo hizo Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Simón Rodríguez y José Martí en su momento, y como lo ha estado impulsando el presidente Hugo Chávez y quienes consideramos urgente la plasmación real del Proyecto Nacional Simón Bolívar. Ese mirar lo propio debe atravesar un juicio, el juicio a la Modernidad como lo realizaron Horkheimer, Adorno, Benjamín, y Marcuse, principalmente. Lo cual no necesariamente implica asumir posturas poscoloniales o posmodernas, pues no se trata aquí especialmente de nuevos enfoques hermenéuticos, sino más bien de una praxis reivindicada en el por qué, cómo y para quiénes producimos cultura, como origen prístino del poder popular, para lo cual la definición que de éste realiza Fals Borda adquiere un sentido indubitable,
“la capacidad de los grupos de base (explotados hoy por sistemas socioeconómicos) de actuar políticamente y de articular y sistematizar conocimientos (el propio y el externo), de tal manera que puedan asumir un papel protagónico en el avance de la sociedad y en la defensa de sus propios intereses de clase y de grupo” (Fals Borda, 1986:126)
Para poder llegar a su aterrizaje fáctico en nuestra sociedad venezolana, cuando dicho poder lo ha venido reconociendo el Estado y el propio pueblo venezolano desde el proceso constituyente de 1999, como soporte de la manifestación de un colectivo con la potencialidad intelectual de pensar-se y reconocer-se en la historia, y sobre todo, tomar las decisiones y hacer todo lo posible para cambiar el curso de ésta que lo ha condenado a ser, simplemente, el protagonista de un libreto, no diseñado por él, es decir, un colectivo que reconoce que ha sido violentado, por el simple hecho de ser víctima de un poder no originado en su seno (Martínez, 2008)
La gobernabilidad participativa, que vemos hoy en Venezuela desde la consideración del poder popular como expresión y garante de ella misma, estriba pues, esencialmente, en considerar la interculturalidad como diálogo desde la praxis transformadora, y en ese mismo sentido, de soportar una episteme nutrida desde la reflexividad orgánica de los intelectuales, en tanto expresión de la polis que, en la democracia participativa nos reconoce a todos como protagonistas de un proyecto de sociedad, es decir, como productores de conocimiento y de episteme, como permanente reflexión crítica de intencionalidades políticas, pero también de una producción científico-cultural para el desarrollo del país.
La episteme producida desde el poder popular, se vislumbra como posibilidad de transformación de las condiciones reales de existencia, y su senda, sostenemos, es la de la teoría materialista dialéctica del conocimiento (Nuñez Tenorio, 1976; Mao, 1963), aquél conocimiento derivado de la práctica, del juicio a las contradicciones presentes en la sociedad. Es allí, en la contradicción, donde se deriva el cause de la historia misma, las fricciones entre los poderes: poder de percepción, poder en tanto acumulación de riqueza material, de ideas, en fin, la conciencia sobre la fricción muestra el desafío de la democracia como germen para la lucha social, reivindicando la intelectualidad como expresión plural, donde lo “popular” no es únicamente lo masivo, sino la fuente de donde deriva precisamente la más alta expresión creativa.
El desafío de nuestra democracia participativa, no sólo estriba en reconocer la importancia de la potencialidad creativa del ser humano, sino en posibilitar la lucha que se deriva de tal reconocimiento, no sólo en una aproximación curricular, que posibilite la formalidad del acompañamiento integral del despertar de todos los venezolanos (bien sea desde la investigación acción, la educación popular, la investigación acción participativa o la mediación pedagógica), sino en poder reconocer el valor que adquiere reconocernos y reconocer al otro plenamente como intelectual. Sólo así podremos vencer al enemigo que día a día entra en nuestro espíritu a través de la cotidiana colonización de nuestros procesos senso perceptivos.
El desafío es entonces, la construcción colectiva de una nueva ciudadanía que permita tal reconocimiento, y cuando eso sea posible, estaremos hablando entonces de una verdadera soberanía en el marco de una glocalización que le de soporte trasnacional a nuestra democracia participativa.

Referencias
• Beck, Ulrich (2002). ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización. Paidós. Barcelona, España.
• Fals borda, Orlando (Coord) (1986). Conocimiento y poder popular. Lecciones con campesinos de Nicaragua, México y Colombia. Bogotá, Colombia: Siglo veintiuno / Punta de Lanza.
• Gramsci, Antonio (2004). Los intelectuales y la organización de la cultura. Nueva Visión. Buenos Aires, Argentina.
• Leff, Enrique (2003). Ecología y capital. Racionalidad ambiental, democracia participativa y desarrollo sustentable. México, D.F., México: Siglo Veintiuno e Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Autónoma de México.
• Lévi-Strauss, Claude (2003). El pensamiento salvaje Fondo de Cultura Económica. México. D.F. México.
• Martínez, Benjamín (2008). Poder Popular y Desarrollo Endógeno: Observaciones Críticas para pensar la Intelectualidad de la Democracia Participativa. Conferencia dictada en la Universidad de Carabobo, Facultad de Ciencias de la Educación. Martes, 26 de Febrero de 2008. Mimeo. Caracas, Venezuela.
• ----------------------- (2006). La Glocalización de la Educación Superior en la Revolución Bolivariana: Un enfoque dialéctico identitario desde el P.F.G. Gestión en Salud Pública de la Universidad Bolivariana de Venezuela. VIII Taller: “La Educación Superior y sus Perspectivas”, V Congreso Internacional de Educación Superior. Universidad 2006 “La Universalización de la Universidad por un mundo mejor”. Palacio de las Convenciones de la Habana, Cuba. (Versión en CD-Room. Actas del Congreso).
• Mao Tsetung (1963). ¿De dónde provienen las ideas correctas? En Dialéctica del conocimiento. Cuadernos de difusión del marxismo-leninismo-maoísmo. En Hoy. Suplemento del semanario del comunismo revolucionario. Enero 1998, N° 37. Pp.3-5.
• Nuñez Tenorio, José Rafael. (1976). Introducción a la ciencia. Filosofía, ciencia y método científico. 7ma Edición, Noviembre 1976. Vadell Hermanos Editores.
• Ribeiro, Darcy (2002). La nación latinoamericana. Nueva Sociedad Nro 180-181. Julio – Agosto / Septiembre – Octubre 2002. Pp 38-64.
• Santos, Boaventura de Sousa (Coord.) (2005). Democratizar la democracia. Los caminos de la democracia participativa. México, D.F. México: Fondo de Cultura Económica.
• Segato, Rita Laura (2002). Identidades políticas y alteridades históricas. Una crítica a las certezas del pluralismo global. Nueva Sociedad Nro 178 Marzo-Abril 2002 Pp. 104-125.
• Thompson, Grahame, (1999). Situar la globalización. Revista Internacional de Ciencias Sociales. Nro 160. Junio 1999. http://www.unesco.org/issj/rics160/thompsonspa.html#tt • Touraine, Alain (2000). Crítica de la Modernidad. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, Argentina.

Tomado de:
 http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/8598798.asp

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