atardecer en el Waraira Repano

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atardecer en el Waraira Repano, Julio 2010

lunes, 16 de enero de 2012

Persona y sombra


Vigencia del concepto de persona y sombra
(perspectiva de Jung) [1]
Benjamín Martínez

“Con toda sinceridad me planteé la cuestión sobre en qué mundo me hallaba. Era, evidentemente, el mundo ciudadano que nada sabía del mundo del campo, del verdadero mundo de las montañas, de los bosques y ríos, de los animales y de los pensamientos de Dios…”
Carl G. Jung.
Recuerdos, sueños, pensamientos.
2008 (1964) p.127

En tiempos de acelerado desarrollo tecnológico en  los que se diluye y obvian determinadas explicaciones metafísicas sobre la existencia, y se acelera el proceso de enajenación desde temprana edad, debemos preguntarnos hacia dónde vamos y qué estamos haciendo por encontrarnos tanto en la pluralidad que, en esencia somos, como en la concreción de nuestras individualidades. En un proceso homogeneizante como el que se produce en la sociedad en la que nos encontramos debemos aprender a mirarnos, de lo contrario, seguiremos en el automatismo gobernado sólo por el devenir de la ilusión que nunca tomará asidero como vehículo de realización.

Una estrategia válida sería reconsiderar las categorías que pueden ampliar la perspectiva para seguir avanzando, reconociendo que dicho avance significa una constante transformación de lo que pretendemos ser.  Y en la dualidad inconmensurable de la persona y la sombra que nos sintetiza como seres humanos podríamos encontrar la clave. Jung la trabajó dando paso a un reconocimiento que va más allá de lo que pudiese parecer evidente. Sombra y persona es, podemos sostener, la grieta a través de la cual podemos contemplar la heredabilidad de nuestros procesos psicoculturales que otorgan sentido a nuestra existencia. La huella psíquica que permanece latente en nuestro presente y que más adelante pudo identificar como arquetipo reside en dicha dualidad. La persona como bien sabemos tiene un trasfondo en el pensamiento griego, y es precisamente la máscara de la cual nos valemos, pero también puede evidenciarse como posibilidad de realización.

En otras palabras, si bien no somos la máscara (sería más bien utilizar la palabra disfraz o traje), con la cual formamos parte de las diversas escenas sociales en la cual nos movemos,  sin ella no podríamos tener un lado oscuro, inconsciente, nuestra sombra, entendida en los términos de Jung como un conjunto de cualidades y atributos desconocidos, o escasamente explorados del ego, individuales y colectivos. Quizás más “fácil” de percibir en la alteridad que nos circunda que en nuestra propia constitución subjetiva. La dualidad entre persona y sombra y entre sujeto y alteridad, es pues, parte esencial para la configuración de nuestro principio de realidad, que se soporta en el universo cosmovisional  a través de las diversas realizaciones de lo que podamos llegar a ser.

Además de este importante legado de Jung, (que algunos dogmáticos podrían aseverar que sería una especulación metafísica), nosotros consideramos junto a otros, que
“La sombra no es el total de la personalidad inconsciente. Representa cualidades y atributos desconocidos o poco conocidos del ego: aspectos que, en su mayoría, pertenecen a la esfera personal y que también podrían ser conscientes. En algunos aspectos, la sombra también puede constar de factores colectivos que se encuentran fuera de la vida personal del individuo”[2]
Así, la metáfora como expresión simbólica de lo que nos constituye, incluso, como seres espirituales, sería pues, el ying y el yang, lo femenino y lo masculino, una dualidad marcada en algunas persona de un lado o del otro. Así también puede ocurrir que algunos seres humanos en algunas circunstancias y contextos se desplaza más la sombra o bien, la persona. Eso ocurre en el carnaval, donde se posibilita, por ejemplo, que el hombre se vista de mujer, el rico de pobre, determinadas ritualizaciones que son indispensables para el mantenimiento del ritmo cultural del sujeto, más precisamente, la subjetividad es fundada en la dualidad. Pero una dualidad que tiene sus espacios de representación, sus escenarios y roles, sin los cuales, no podría constituirse la sociedad, pues no habría proceso de socialización y mucho menos de endoculturación, que sería el reconocimiento de lo posible y lo no-posible, lo que podemos mostrar o no, lo cual va desde los valores hasta las actitudes y las conductas, en un proceso de transformación permanente. La invitación de Jung, es abrir la conciencia del campo semántico que nos constituye hacer consciente lo que parece no evidente, pero reconociendo el lugar que le corresponde en nuestra compleja subjetividad. Reconociendo incluso, que todos los seres humanos constituimos una totalidad asombrosamente conectada, donde muchas sombras y muchas personas, y en definitiva, muchas almas comparten una misma esencialidad.

“Si la igualdad colectiva no fuera un hecho originario y la fuente primera y la madre de todas las almas individuales, sólo sería una gigantesca ilusión. Pero, a pesar de toda nuestra conciencia individual, no deja de perpetuarse inquebrantablemente en el seno del inconsciente colectivo, comparable a un mar sobre le cual la conciencia del yo navegara cual un navío. Por eso nada o casi nada del mundo psíquico originario ha desaparecido. Al igual que los mares separan los continentes con su inmensidad y los rodean como a islas, así la inconsciencia originaria asalta por todas partes  a las consciencias individuales”. [3]

Sigamos pues, el legado de Jung, buscando la sintonía entre nuestra persona y la sombra, tanto individual como colectiva, sólo así seremos plenamente humanos.


[1] Presentado en la Electiva: Conceptos Básicos Jungnianos. Escuela de Psicología. Universidad Central de Venezuela. Semestre I - 2011.
[2] M.L. von Franz: El proceso de individuación. En Carl G. Jung: El hombre y sus símbolos. Paidós. Barcelona, España. 1999. (1964). Traducción: Luis Escolar Bareño. Pp. 158-229. P.168
[3] Carl G. Jung: Los complejos y el inconsciente. Alianza Editorial, Psicología. 2008  (1969). Madrid, España. Traductor. Jesús López Pacheco. P.39

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